El mar me recuerda que debo estar en paz conmigo mismo, que debo amarlo y que me incita a sumergirme dentro de sus entrañas para siempre. Todo lo que habla se parece a las voces que escucho en mis noches de insomnio y sin embargo me duele esta eterna tristeza de saber sobre la lucha cotidiana para sobrevivir. Dia con dia me veo obligado a salir a las calles donde descubro un mundo contaminado con indiferencias, entretenido en los chismes y dramas de televisión; deslumbrado con el brillo de los metales. Hoy a la sociedad se le enseña a consumir lo que sea y a votar por quien sea, la forma es lo de menos, total caer en el juego es hacer de nuestros valores un negocio muy rentable, vanagloriar al jefe no ha pasado de moda, no mamar de un presupuesto o una confianza es un pendejismo, dar un peso en el crucero es fomentar la delincuencia, pero yo digo, mentarle la madre al gobierno y sus gobernantes no tiene precio (Mastercard dixit). Es así como me alejo en este cuaderno con el mar de fondo, la camisa húmeda por la brisa de las olas y en mis pupilas otra vez la tristeza; será tan crónica que me hace odiar [...], será que estoy viviendo en un mundo virtual dominado por los metales y papeles, ofertas y demandas, poder y corrupción, telenovelas y modas, moral y pudor, no lo sé y es por eso que cuando miro al mar y me da por aventarme, me dirijo a casa a platicarte de mis sueños donde vislumbro un barco en donde yo voy al mando atraído por el canto de las sirenas con las redes llenas y seguro de que estarás en casa esperándome con un suculento caldo de pescado.
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