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jueves, 6 de octubre de 2011

Cuando Dios termino de hacerlo

"En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. [...]
Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo.
Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación."

Y descansando se hallaba Dios el séptimo día, cual satisfecho albañil cósmico rascábase , la panza con pachorra dominguera mientras relojeaba la creación . El domingo se lo pasó en el catre, obediente a su propio mandato. Y fue el lunes cuando díjose : voy a recorrer mi creación. Y a pesar de que como omnisciente que era , conocia al dedillo su propia y vasta obra, agotó centurias en pasearse por toda ella, ensalzando su grandiosidad y magnificencia. Asi era Dios. Pero como era de esperarse, con los milenios, comenzó a aburrirse. El asombro se erosiona rápidamente con la repetición y para un tipo como Dios que lo veía todo, pronto la creación se volvió sosa, repetida y sin ninguna gracia como los otrora emocionantes capitulos de Bonanza. Asi fue que dios, un día, se aburrió. Y sentado hallábase al extremo saliente de una dimensión, contemplando taciturno la implosión de un cúmulo de galaxias cuando se le ocurrió una idea. Y así pensó Dio : “sólo es cuestión de crear algo en algún lugar, pero cerrando los ojos y tapándome los oídos, de modo de no saber qué es ni dónde está”. Y así lo hizo Dio. Cerró los ojos y sacudió un poco los dedos y creó. Creó algo secreto para él y por lo tanto el primer secreto, pues como Dios todo lo puede también puede hacer esto. Entonces lanzóse a una búsqueda entusiasta, como un boy scout en su primera misión. La tarea no era sencilla, vaya que no lo era. Buscar algo que no conocía, dada la vastedad de su creación era una tarea verdaderamente titánica, digna ded su poded. Y como el tosdo lo podia, lo lograría , pues la eternidad se enroscaba en sus pies y de sus ojos fluía el cosmos. Así por romper con el aburrimiento dios creó el primer secreto, y por diversión se dedicó a develarlo.

Allí podia vérselo a Dios, fatigando sistemas solares, levantando baldosas de universos, desmantelando hiperdimensiones, escrutando el tiempo desde el origen hasta el infinito (porque para dios el tiempo constituye característica diacrónica como la armonía lo es para la música) en busca de eso que no conocía y otrora había escondido. Pero tan bien había escondido "eso" que pese a sus divinos esfuerzos, no conseguía detectarlo, además no conociendo la naturaleza de lo oculto la tarea se complica enormemente. Tal vez se tratara de la estructura cristalina de un elemento químico o tal vez de una diminuta calcomanía de súper hijitus que se descomponía adherida a la rueda de un colectivo de la Coniferal.

Fueron pasando megacenturias tras megacenturias y gradualmente Dios se fue y desanimando. Claro que dios todo lo puede por lo tanto es omniesperanzado, pero también es omnifrustrado. Para cada omnipoder que desarrolla se opone otro igual y de sentido
contrario que lo destruye, lo que termina reduciéndolo a un papanatas. Entonces fue cuando, un poco ansioso y confundido ya por las complicaciones que él mismo se había impuesto, empezó a simular que nada ocurría fuera de su omnisapiencia y omnipotencia, y que para él, como en aquel lejano domingo en al que descansó satisfecho, no había secretos. Pero ya había germinado la semilla de la duda en su corazón celeste. No podía olvidarse del secreto ni podía soportar la posibilidad de que algo existiese fuera de su alcance. ¡El que todo lo podía! Fue entonces cuando a Dios dolióle la cabeza. Tenia una crisis obsesiva. ¿Que podía hacer? Tras largas cavilaciones decidió que necesitaba ayuda.

Agitó suavemente los dedos y asi Dios hizo al analista.
Muchos siglos (algunos dicen que milenios) conversó Dios con el analista. Varias veces lo fulminó con rayo justiciero pero, luego culpable, lo volvía a crear. Se sentía notablemente más tranquilo sin embargo, pese a sus repetidos esfuerzos, su secreto seguía sin develar.

Un buen día, Dios se despertó y sintió frio. Miró a su alrededor y no logró reconocer el lúgubre lugar donde se encontraba. La espalda le dolía. Se sentó lentamente sobre la tabla en la que se hallaba recostado. Pudo ver, un gran habitáculo de profunda resonancia, con las paredes cubiertas de ornamentos que reconocía muy familiarmente. A su lado una mujer enjunta murmuraba sin cesar, con la vista perdida, algo ininteligible. Le llamó la atención un fresco que se distinguía en la abovedada superficie del techo... “la Creación de Michelangelo” se dijo mientras rascaba su barba sucia. Sonrió en silencio. Miró a la viejecita devota y le habló muy suavemente.
-Disculpe señora... ¿le puedo confiar un secreto?-
La mujer, detuvo su mantra y asintió con la cabeza. Entonces el linyera le acercó los labios a la oreja y le susurró “Dios no existe”.





Artículo publicado originalmente de "Fe de Rata. Revista de vicios y virtudes" de la autoría de Jorge Rodríguez. Me gustó tanto que no podía dejar pasarlo sin publicarlo.
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